En las pequeñas casitas de estilo andaluz en Tesalonica, los viejos sefardíes sueñan con la lengua no perdida:
«Porque de aquella boca salía la voz de una España antiquísima, perdida ya para nosotros, pero aún latente en quienes la conservaban hecha sonido. Sentía aquella lengua tan mía como la que había dejado hacía pocas semanas. Pero esta más honda, más llena de otras voces, de más evocaciones. Era el tiempo, los siglos quienes hablaban, y yo tenía el duro privilegio de escucharlo. […] Llorar por las palabras, por la gramática, a estas alturas de la vida. Qué cosas.»
Francisco Nuñez Roldan