Ayer visité un país extraño. Recordé que no podía hacer poesía, no era lo mío. Lo mío era describir paisajes imposibles soñados en noches extrañas... que suelen ser casi todas. Como una burla a mi eterna lucha de voluntades, entre el yo que soy y el que debería ser. Al que nunca consigo alcanzar, dándome cuenta siempre que no soy una buena persona. No lloro, es muestra de debilidad, pero sucumbo como si fuera una fortaleza a mi orgullo... que es otra muestra de debilidad. Escribo esto mientras me da calor una manta eléctrica para mis dolores. Recordándome que soy una persona física y no el ente de fantasía que me gustaría.
Me comen el cerebro mis pensamientos como un virus informático. Mientras... lucho por tener un camino más sencillo por el que continuar. Rememoro ese país extraño del que comencé escribiendo. Un lugar donde los edificios se bambolean al son de las sonrisas de la gente para susurrarles anécdotas de hace miles de años, y alrededor de éstos... grandes colinas rosadas dan la bienvenida a los frescos árboles. El sol se podía eclipsar con una mano y administrar su luz cuando no necesitas tanta y se derrocha en banalidades. Con la otra mano lo guardas en el bolsillo de la chaqueta, para tener maravilloso albor en momentos oscuros, que me asedian demasiadas veces.
Muero por tener alma de poeta y poder transmitirlo en verso y crear con ello un sentimiento, que siempre perdurase. Nunca he sido bueno en nada... ni siquiera en amar. Ese impulso asqueroso del cerebro que te hace sentir amargamente inútil cuando siempre hay gente con más fuerza de voluntad. Joder, sí que era difícil no poder ser más fuerte. Supongo que soy especial, sobre todo en eso... en no ser especial.
Camino bien por la vida, tengo un buen par de zapatos de suela gorda y un machete afilado para cortar la maleza que me estorba al caminar. Un conocimiento básico de la vida y una vista que alcanza lejos, muy lejos. Tengo dos pies, uno da un paso dichoso y otro lo da amargo, para recordar siempre quien soy, el juglar sin talento, que conmueve en su congoja. La congoja de no ser poeta...
Me comen el cerebro mis pensamientos como un virus informático. Mientras... lucho por tener un camino más sencillo por el que continuar. Rememoro ese país extraño del que comencé escribiendo. Un lugar donde los edificios se bambolean al son de las sonrisas de la gente para susurrarles anécdotas de hace miles de años, y alrededor de éstos... grandes colinas rosadas dan la bienvenida a los frescos árboles. El sol se podía eclipsar con una mano y administrar su luz cuando no necesitas tanta y se derrocha en banalidades. Con la otra mano lo guardas en el bolsillo de la chaqueta, para tener maravilloso albor en momentos oscuros, que me asedian demasiadas veces.
Muero por tener alma de poeta y poder transmitirlo en verso y crear con ello un sentimiento, que siempre perdurase. Nunca he sido bueno en nada... ni siquiera en amar. Ese impulso asqueroso del cerebro que te hace sentir amargamente inútil cuando siempre hay gente con más fuerza de voluntad. Joder, sí que era difícil no poder ser más fuerte. Supongo que soy especial, sobre todo en eso... en no ser especial.
Camino bien por la vida, tengo un buen par de zapatos de suela gorda y un machete afilado para cortar la maleza que me estorba al caminar. Un conocimiento básico de la vida y una vista que alcanza lejos, muy lejos. Tengo dos pies, uno da un paso dichoso y otro lo da amargo, para recordar siempre quien soy, el juglar sin talento, que conmueve en su congoja. La congoja de no ser poeta...
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