viernes, 13 de noviembre de 2009


- No me descubras este fenómeno, no me digas su nombre, no me lo describas. Déjame valorarlo sólo con los sentidos. No quiero que muera en la cárcel de las palabras. Y que lo recuerde idealizado, como un concepto frío y ajeno que flota en la acetona de la mente o como una descripción falsamente cálida, hijo de un artificio del hombre. Si no como una nebulosa de olores, visiones y sentimientos, que se funda conmigo, con esa parte del ser que hemos intentado atrapar con la palabra alma. Y que muera conmigo, para quién venga detrás de mi lo viva sin mancha ni corrupción de conocimiento, sin previo aviso, con la pagana felicidad de la inocencia más primitiva, y volver a ser por un instante el ser sin mácula que fuimos antes de empezar a hablar.

Y aquello que nunca sabremos que fue, transcurrió ante sus ojos, narices y sentidos, introduciéndose en ella para formar parte de su alma. Y aquello la cubrió para toda la vida, haciéndole feliz, confidente de un secreto del mundo, armonía del cosmos, y que aunque quisiese no podría desvelar. Pues no existían palabras ni conceptos para describir o nombrar tal cosa. Y al pasar de los años, escapó acompañando a su muerte, sonriendo alegré cuando atravesó los barrotes de aquel lugar al que el hombre había conseguido dominar con la palabra.

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