sábado, 19 de diciembre de 2009

Ciudades invisibles (Taller escritura creativa)


Cabalgando en dirección a la casa del Gran Khan, mi señor, por los infinitos desiertos persas, cerca de la antigua Bactria, encontré un fértil valle regado por un río de considerables proporciones. Ya al entrar en aquel aislado lugar, el magnífico paisaje me impactó, las altas montañas de sus alrededores estaban cubiertas por antiguos glaciares, que hablaban de un pasado mítico donde todo en el mundo era de un tamaño titánico. Por doquier florecía la vida, siendo testigos de todo lo que la naturaleza podía ofrecer. Desde las cumbres más altas se vestían las laderas de fríos bosques de pino y roble más propio de las germanias. Pero alrededor del río la vida era tropical y los palmerales se mezclaban con grandes árboles de raíces gruesas como patas de elefante. Cientos de especies animales que nunca vi corrían, volaban o nadaban a la vista, mostrando sus maravillosas ansias de vivir.

Extasiado recorrí sus senderos idílicos hasta que llegué a Tierra, la ciudad que poblaba el valle. La ciudad era gigantesca, jamás vi una igual mi Gran Khan, ni en Siria, Egipto o Europa. Pero comparada con el valle era insignificante, era un mundo dentro del mundo. El curioso nombre de la ciudad había sido otorgado por sus dirigentes, pues al conseguir descifrar su idioma, muy parecido al persa, aseguraban ser la única tierra posible del mundo, ya que ni podían ni querían atravesar esas inconquistables montañas que los rodeaba, y los pocos que volvían de tan asombrosa aventura sólo hablaban de un desierto infinito en todas direcciones. La verdad mi señor, que era un gran pandemonium de casas destartaladas que se desparramaban por todo el lateral del valle, subiendo desde el río hasta las montañas, cuesta arriba. Siendo esta la escala social con la cual se median los hombres, cuanto más alto tuvieses tu casa, más importante eras. Pero la verdad, que todos vivían en un estado de miseria que me sorprendió por lo verde y fértil del lugar, sólo la clase dominante de reyezuelos vivía de forma holgada, entre unos lujos que ni el mismo Gran Khan podría imaginarse, pero en los cuales no quiero centrar mi relato. En el centro de esa ciudad, había una avenida monstruosa que se dirigía hacía las montañas, donde como dije antes, vivían los señores, estos eran una suerte de mercachifles-sacerdotes-guerreros-políticos que aglutinaban todo el poder, peleando entre ellos y enfrentando a la ciudad, haciendo imposible cualquier intento de prosperidad y unión pacífica. El habitante medio de Tierra vivía como drogado recorriendo los gigantescos arrabales, perdido y asustado, buscando la única salida posible, que era esa gran avenida de la que antes hablé. Cuando por fin conseguían llegar a ella eran asignados con una dura carga que tenían que transportar hasta lo alto de la ciudad, allí construían una gigantesca estatua donde gastaban sin consideración todos los preciados recursos del valle para decorarla y hacerla los más majestuosa posible. A simple y neutral vista, parecía que la construcción de aquel monstruo no tenía fin, que terminaría por hacerse más grande que la propia ciudad y que incluso el propio valle. Pero lo más asombroso es que hasta un niño pequeño podía ver que aquel monumento, por su lugar de construcción y por sus proporciones, terminaría por caer encima de sus constructores, arrasándolos para siempre. Aún así ellos seguían construyendo, imperturbables, erigiendo sobre sus cabezas una sombra de miedo y riqueza devoradora. El valle alrededor de la ciudad, sus preciados bosques, se convertían poco a poco a causa de la gran estatua en un gran estercolero.

Intenté hablar con algunos ciudadanos pero estos no hablaban, al parecer no sabían y los que sí conseguían articular palabra, pronto se cansaban de mantener tan ardua tarea, que parece ser, hablar. Sentí un miedo terrible mi señor, pero sobre todo impotencia de no poder parar aquella locura. Así que no dude un instante en ponerme de nuevo en marcha y alejarme de tan espantoso y desesperante lugar.

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