El origen de este dolor excitante laceraba parte de mi alma, esa parte que se aloja en la sien y palpita nerviosa con el olor a aventura. Las plumas de mi estela vibraban juguetonas con el correr de un viento en contra, romper el aire opresor es un placer reservado a unos pocos. El mundo pequeño y gigante desfilaba saludándome con manos color alegría y tal vez, aquí o allá se arrugaba frunciendo el ceño receloso. Vi a mi compañero, el solía dibujar colores en el aire para mí, captar un poco del brillo de los mil soles que nos iluminan, hacer bailar a la ilusión. Siempre admiré su capacidad innata para oler una tarta de manzana desde millas de distancia o todo un sinfín de delicias prohibidas a las que inspirábamos ese toque mágico de gozo explosivo. Me era más fácil vivir en niños, en pobres y soñadores. El humo negro de fábricas, ciudades y señores con traje me hacían estornudar y eso, definitivamente, no era algo bueno. Se escribían cosas bonitas sobre mí, películas, sueños y discursos, yo era un objetivo, el objetivo caprichoso. Pero la verdad, sólo había que levantar la nariz y respirarme.
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