En una de las zonas más pobres de La Paz, Bolivia, conocida como San José Carpinteros, una madre decide si sus hijos pueden comer hoy o no. Juanita a sus hijos no les da de desayunar, es un lujo prescindible, solo el almuerzo y a veces, un poquito de cenar. Su mirada brava, de mujer dolida con la vida, se ilumina cuando habla con sus vecinos “Para comer, me las tengo que arreglar como puedo, porque los niños no pueden pasar sin comer” su falta de sueño y de alimentos se arremolinan entre sus dientes, como un eco de su deshabitado estomago, “los adultos si nos la podemos arreglar sin comida cuando no hay”. Y así, sus hijos se aferran a sus faldas, mirando sin mirar, a un mundo que desde antes de nacer, ya los aborrecía.
Por otro lado, Estados Unidos regaña a Bolivia como un hijo descarriado. Los campos de coca florecen por todo el país como un niño picado de sarampión. Para el campesinado pobre, que lo máximo que podría ahorrar en un año sin gastar nada son 160 míseros dólares, la promesa de 10.000 dólares anuales por cosechar y vender coca (50.000 si también la comercializa) es demasiado tentadora. Y los gringos, idiotas, ofrecen 360 dólares a los campesinos que dejen de cultivar coca. Por supuesto, nadie lo hace.
El Tío Sam estalla, enfadado manda sus militares a erradicar esa plaga, y se queman los campos de coca, pero estos se esquivan, y donde antes había uno, ahora dos y luego, escondidos, surgen cinco más. Pero a la vez se arrasan cultivos de comestibles y la miseria del boliviano no tiene fin. Pero, lo que no saben los gringos es, que la economía clandestina ocupa ya un tercio de la economía total del país y los narcogenerales sonríen en la foto, cómplices, sabiendo que ellos mismos se enriquecen con el negocio de la “nieve andina”.
La crisis de la deuda fue creada por los dictadores bolivianos a los que Estados Unidos daba empréstitos, y confabulados saqueaban las riquezas del país. Por otro lado los recortes impuestos por el Fondo Monetario Internacional ahoga aún más a los bolivianos. Y así nace la coca… consumida por Estados Unidos que crece casi un 100% en su demanda cada año.
Y mientras Juanita en San José Carpinteros no compra azúcar porque si lo hace, no tiene para arroz que es su comida de todos los días. Y cocinando el preciado alimento susurra “voy a dar mis hijos a alguien”, pero luego piensa en que sin ellos su vida no tiene sentido y entonces llora, mientras el hijo menor le acompaña, berreando de puro dolor de hambre.