Sus ojos rasgados a cuchillo por un dios primitivo renacen desde otras vidas ya olvidadas, o aún no inventadas. Se cae el velo hecho con polvo de estrella que separa en compartimentos estancos el espacio y el tiempo. Y la reconozco, de antes de nacer, y de morir y de nacer de nuevo… hace ya tanto o a lo mejor dentro de mucho, no lo sé.
Se raja mi mejilla en una sonrisa incontrolable. Nos reconocemos y susurrando decimos a la vez “eres tú”, con miedo a despertar al guardián que se ha olvidado de separar nuestros destinos.
Es en ese beso donde se culmina el “casi”, ese “casi” que convierte en orgasmo una violada negación. Se mezclan los placeres, compartidos en ese diminuto lugar que de pronto había reunido otros mundos, otras vidas, desafiando a ese destino caprichoso. Nos descuartizamos el alma mutuamente, y como dulce melaza nos lamemos las heridas con la punta húmeda de nuestras lenguas.
El sol despierta tiroteando la persiana y las vidas del ahora vuelven violentas. Ella se va en un desfile de diablos con el corazón abierto, herida por sus yo de otras vidas.
Yo por mi parte, abandonado y aturdido, me fundo entre sabanas chivatas de noches prohibidas.
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