Se desluce el cielo caribeño con el humo de Santa Clara. El regimiento se ha ido retirando hacia sus puntos más fuertes, la central de policía y el cuartel. Se corre la voz, galopando por las lenguas alegres. La victoria rebelde es un hecho.
El tren blindado descarrilado, las columnas de refugiados, los cuerpos amontonados y las canciones victoriosas bombardean las calles. ¿Cuánto tiempo? ¿Dos años quizás? Mucho tiempo comiendo sueños y meando sangre en las montañas. Para Miguelito “Cabrón” había sido un tiempo divertido, no había tenido que trabajar por una miseria mirando la cara sonriente del sacarócrata de turno. Ahora los había matado a todos, matado con cada sacudida del rifle al disparar, saboreando el dolor punzante del retroceso en su hombro.
Todos observan a los soldados desde la Universidad Central de las Villas, chupando sus cigarros, quemando la vida que se les regala tras cada combate. Nadie habla, el silencio fecunda el aire preñándolo de miradas.
Él por allí anda, solo por la calle hacia el enemigo, con su pipa centelleando entre sus dientes dejando estela dulzona y bonita. Y es cuando Miguelito “Cabrón” y sus compadres se preguntan, de qué mundo de sueños ha salido ese argentino loco.
(Rescatada del blog "Corriendo la Vida")
Por Carlos Chaplin
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