sábado, 3 de octubre de 2009

El Dragón de madera






Vestido con los cueros y aceros, Ragnar se apoyaba en la proa con forma de dragón de su drakkar. El día amanecía bañado en una niebla tan espesa como desesperante. El jarl golpeó frustrado la gastada madera.
- ¿Qué te ocurre viejo guerrero?
Ragnar miró con desdén la cabeza envuelta en bruma del dragón.
- No veo el arco iris, y quiero llegar a él. Mil aventuras me aguardan allí.
El barco sonrió con un crujir de maderas y cuerdas.
- ¿Y donde es eso Ragnar?
El viejo aventurero sintió el gruñido de la tierra a sus pies, agitada por el ataque constante de la Serpiente Hambrienta. Los sádicos dioses subidos a la copa del árbol universal se burlan de los hombres como niños eternos.
- ¡Odín! – El barco rió con chapoteo de remos amortiguados por la niebla – Nunca atravesaré el arco iris, pero el intentarlo abre las aguas ante mí.
El dragón no consiguió hablar de nuevo nunca más.

El Dios Blanco


Blanco era como la luz cegadora del medio día. Provenía de donde las montañas besan el mar. Los salvajes chibchas lo llamaron Nemqueteba y les enseñó a hacer crecer comida. En su continuo peregrinaje el Dios Blanco hacia florecer civilizaciones como bosques en el suelo de todos los suyus. Llegó al Perú y allí fue conocido como Viracocha, el ingeniero.
Oh Cuzco naciste bajo su mano, así como Pachacamac o Coricancha. La diferencia es primigenia y divina, un dios blanco y un pueblo de piel morena.
Pasó el tiempo y el Dios Blanco volvió en nubes sobre el océano. Pero esta vez arrasó los pueblos y construyó un Nuevo Mundo, desigual. El Dios Blanco se quedó para siempre y el pueblo de piel morena se arrastra bajo su auspicio.
El Dios Blanco lo da, el Dios Blanco lo quita. Nadie sabe que quiere Viracocha, pero Viracocha no se va.