martes, 5 de julio de 2011

Las maravillas de la Lombardia



La campiña andaluza es una mancha acuosa de color tierra. Adulterada así por las lágrimas exiliadas por la dictadura de las circunstancias, que usa la violencia de los pálpitos en el pecho como tambores de guerra, generala de los ejércitos de la burla del absurdo destino.

Recorrí tu tierra de tu mano, la tierra que te vio nacer, donde me guiabas con ojos arrasados de deseo. El enorme lago de tu torso, entre los pronunciados relieves de tu serranía femenina, cálida serenidad rota por los remolinos que ocasionaban mis dedos. Los alrededores del lago, salpicado por una constelación de poblaciones y villas, de tus lunares estrategicamente colocados para sorprender y desear. Al norte, veo tu carita cubierta por las nieves perpetuas que da el poseer un espíritu elevado y al sur, todo se pierde en las ondulantes estribaciones de unas piernas ansiosas de caminos y valles encantados.

Ahora solo tengo un vacío que amenaza con tragarme, implosionando hasta desaparecer. Lo que salva mi alma moribunda son los buenos deseos de buena gente... ya que la vida, tras la esquina, me aguarda con un nuevo duelo a muerte. Un desafío candente, duro y dulce.






Te recuerdo Amaranta

domingo, 26 de junio de 2011

Lo que era y puede que ya no sea, Sevilla





Me fui, tan rápido que a veces me da la impresión que ha sido un sueño agridulce, de Sevilla. Ya pasó un año académico más, ya soy algo más viejo, y gracias a este lugar, también puedo decir que más sabio. Los últimos días allí pasaron entre el calor sofocante y los preparativos del volver a tierras gaditanas, pero hasta que no paseé tranquilo por sus calles de nuevo, no me di cuenta de que necesitaba decir algo sobre este lugar.
Y es que en una ciudad abotargada por el turismo como Sevilla, no es difícil olvidar donde se está.
Sevilla no son los bares ni restaurantes que salpican las calles y plazas alrededor de la Giralda. No es el flamenco plastificado del Tablao Flamenco del Arenal o el descafeinado de la Carbonería. No son los cruceros para guiris atestados de palabras de belleza que describen en un coctel de lenguas extranjeras las maravillas de la rivera del Guadalquivir. Y por supuesto no son esas exageraciones masivamente atrofiadas de clichés andaluces como son la Feria o la Semana Santa. O por lo menos así quiero pensar.
Todo eso es parte del paquetito preparado exquisitamente para el guiri, esa Sevilla artificial cuya estropeada esencia puede olerse en el rastro de mierda que dejan los coches de caballos.
Perdido en la borrachera de olores que es la noche primaveral en Sevilla, aún se intuye la sangre andalusí manando entre los adoquines de una tierra ahogada por los estereotipos. Y para enamorar a quién lea este texto de una ciudad que supo cautivarme, enarbolo la espada del cliché más bonito que esgrime Andalucía, el de su pasado andalusí.
No me resulta difícil oler los naranjos y pensar en Al Mutamid, rey poeta de Sevilla, cuya dedicatoria descubrí escrita entre los jardines del Alcázar. Reuniendo en sí lo que podría significar esta tierra, agresiva poesía caótica de culturas ahogadas por un dios hostigador. Tierra de dulce relajación de los dogmas integristas que radicalizan la convivencia, de un sol domado a base de árboles frutales, aljibes, fuentes y aromas florares.
Allí, en el Alcázar, aún se ve al rey sevillano salvando su reino de la codicia castellana ganando una partida de ajedrez al rey cristiano, entre azahares y jazmines. Junto a las palmeras plantadas en el paseo del Arenal, Al Mutamid se enamoró perdidamente de la que sería su principal esposa gracias a una poesía, por un juego, por una contestación, por una maravillosa revolución femenina frente a las aguas arremolinadas del Guadalquivir.
Y es así como esta última analogía me resulta tan representativa, pues para salvar Sevilla y el reino de los castellanos, Al Mutamid pidió ayuda a los rígidos y oscuros Almohades. Estos se enamoraron de la ciudad, decidieron quedarse, pagando así el último rey de Sevilla el castigo de los que enseñan su preciado tesoro a los envidiosos, siendo expulsado de Al Andalus, pereciendo en Marruecos. ¿Y puede que sea esto lo que ocurre en la actualidad? Siendo Sevilla rescatada por el turismo y la estandarización correspondiente, secuestrando y exiliando sin remedio lo que era y puede que ya no sea, Sevilla.


domingo, 19 de junio de 2011

El Juglar #2

Mi trayectoria orbitaba en derredor del viejo reino Nazarí. Sus fronteras fluctuantes podían arrastrar a cualquier diablo a la vorágine caótica de la guerra que, como una podredumbre pestilente y asquerosa, estaba marchitando una rosa roja y bella... eternamente bella. Por tanto, el sueño de soldados y reyes se llamaba Granada. Mi alegría crecía, pues tan insolente y arrogante me convertí, como el hijo de un comerciante que ha visto el mundo siempre, a través de la opacidad de los dineros de su progenitor. Nunca me faltó de nada en esos tiempos fáciles para mí y difíciles para el mundo. Pronto fui un cantamucho, un juglar de esos que antes de llegar a los sitios, ya lo esperan... preparados para que alivie sus cargas con un poco de la aventura que nunca vivirían.

Mi senda se colmó de flores frescas, mieles y dulces en forma de guerra. Ya que no hay mayor inspiración que la muerte entre los hijos de Dios, ya fuera Alá o Jehová, y en algunas ocasiones Yahvé. Mi señor Don Alfonso bisnieto del denominado El Sabio, llevaba guerras con el reino de Gibraltar, vasallo del Palacio Rojo Nazarí, donde el moro se había hecho fuerte. Allí contemplé la absurda masacre de hombres en su máximo esplendor, no obstante, para mí no era desconocido. Yo, en mis tiempos de mayor escasez apolínea, tuve que refugiarme en las artes del dios Marte. Aunque en el oficio de sesgar vidas, no me sentía torpe, pero si peón en un juego al que no estaba preparado, ni del que quería ser sujeto pasivo. Tras un choque de corceles marinos negativo para los cruzados, el cual escuché por boca ajena puesto que la liquida faz me aterrorizaba, tropas del pilar africano de Hércules desembarcaron en playa Andalusí. Don Alfonso, listo para acabar de una vez por todas con la afluencia de sarracenos, los aplastó en Salado. Testigo sublime del mal del hombre, pude registrar todas las venturas y desventuras de nuestro rey. Una nueva colección de rollos apergaminados, tintarrajeados con pasión por mi culpable pluma, impulsada por los nuevos vientos producidos por la esfera, que ya empezaba a ser mágica para mi. Este objeto se convirtió en mi tesoro personal, del que me hacia poseedor del mayor bien que puede existir... el de encantar. Era monarca absoluto de un poder que nadie podía combatir con violencia, ni quemar con fuego divino... pues mi reino era céfiro en mi garganta. Me convertí en un pequeño con fama más que gloria, sin órdenes de nadie y amigo de muchos. Aunque demasiado para mi gusto, mi extraña bendición del santo padre en forma de orbe, se estaba haciendo igual de famosa que mi persona, ya que muchos sabían que la llevaba siempre al cinto y no la soltaba ni en mis baños, que como todo buen cristiano, eran escasos y mirados con extrañeza.

Tras esa bendita batalla, mi errar tras los estandartes me llevaron a la mismísima Gibraltar, columna de Heracles. Fin del mundo clásico, el fin del mundo musulmán, o eso creíamos. Pero al parecer, al Gran Pastor no diéronle ganas de que los cristianos pusiesen pie en La Roca. Pues una azotaina de viento negro sesgó la vida de escuderos e hidalgos, y otros no tanto hidalgos como si reyes, ya que Don Alfonso luchó contra algo que la espada no hendía. Corría el año mil trescientos cincuenta desde el nacimiento de nuestro señor Jesucristo, y el mundo para mí se tambaleaba.

El Juglar #1

Mis botas gruesas de gastadas suelas, hicieron crujir los guijarros del camino hacia el hogar de mi reclamante. Estaba caducando la primavera en la baja Andalucía, y el omnipresente quejido de las cigarras me molestaban hasta lo inimaginable. Mozas de generosas curvas se propinaban codazos y cuchicheaban sobre mi, de esa manera que tan bien hacen las mujeres por instinto, como si yo no estuviera presente, haciéndome ruborizar. El golpeteo metálico que la cruz de la larga ocasionaba contra mi hebilla, hacia rítmico mi caminar. Sonreí con dulzura, a lo que para mi eran damas, levantando mi sombrero de ala ancha que hacia poco había adquirido y que maldije, por no haber conocido antes... ya que el sol acuchillaba desde su posición aventajada. Mis ojos se paseaban por las viñas, mulas, aljibes, pozos, riachuelos, huertas, animales y árboles de todos los géneros y generosos por sus carnes y frutos. Todo ese territorio era una pequeña parte del señorío, lo suficiente para hacer orgullosa a una ciudad bien abastecida. El Conde de Niebla era un luchador nato, nacido en una familia que existía para amargar al moro, ya que todo lo de su merced, era fruto de la contienda. Mi pavor se debía, no a su destreza con el acero, pues llegado el caso, podía batirme con quien tuviera malos fines, sino a su ostentación y refinada cortesía. Mis años de bagaje por lugares insalubres donde la educación no daba pan, me habían convertido en un bruto sin encanto.



Pasé bajo un porche invadido por los geranios, antesala de un caserón blanco y fresco. Bebí de un cubo de agua sacado de un pozo, haciendo renacer en mi las fuerzas arrebatadas por el camino. El olor a pan, horno y vino fresco avivaron mis sentidos y noté como se desperezaba mi lengua bañándose en los jugos salivares segregados en busca de alimento. Mi nerviosismo aumentó, cuando vi que todo el que pasaba por allí estaba atareado y no prestaban atención a este desarraigado que suponían, supongo, buscaba trabajo como jornalero. Esperaban que cogiera camino cuando viera que allí no faltaba de nada, salvo caridad.



Entonces me puse a deambular por las pequeñas huertas, disfrutando del buen hacer de los campesinos y sobre todo campesinas y sus robustas manos. El sol vigilaba, recordándome con picor en la piel, que seguía allí y que él mandaba. Un hombre con cara de no disponer de una amplia selección de simpatizantes, se acercó cojeando de la pierna izquierda mientras se agarraba por el lado derecho de un largo cayado, como si un demonio invisible y amargante, no dejara de agarrársele. Le cubría la cabeza una extraña capucha negra uniéndose en su cuello a un tabardo que le envolvía hasta las rodillas. Justo en el centro del tabardo había tejido un escudo en el que se discernía, un gastado castillo atravesado por una larga espada muy guerrera. Iba masticando, sobresaliéndole de la boca, una espiga de trigo, y cuando se acercó un poco más, vi que una larga y fea cicatriz le atravesaba la cara y un ojo, el cual tenia cosido como si un remiendo de mi capa fuese. Yo anclado en mi sitio, lo mire con los ojos entornados a causa del astro rey, mientras notaba como lo que parecía una fila de frustrantes hormigas me recorría la espalda.



- ¿Eres el poeta? – escupió más que habló, mientras me miraba con su único ojo, como un dios maldito mira el devenir de los mundos. Entonces cavilé que si los que manejaban los hilos de la vida, aunque fuesen hombres de poca sesera, me citaban de poeta, yo sería su poeta.



- Si, señor. Vengo por mandato del señor conde.

Ratas y ratones

Desde siempre, hubo ratas y ratones. Más allá de gustos personales donde las ratas pueden parecer mas salvajes y los ratones más graciosos, la diferencia es evidente. Los ratones eran famosos por vivir con lo que tenían encima, ya fueran unas manos ágiles o unos pies rápidos. El unico deseo que anidaba en el corazón de los ratones era el de pasar el tiempo lo más felizmente posible y acariciar la vida como un fino hilo tejido con los pétalos de los sentimientos. Es verdad, también habia ratones poetas que cantaban a las noches estrelladas que florecian entre los huecos y las goteras de las cloacas como ojos de observadores lejanos.

Por otro lado estaban las ratas. Ellas, bueno, eran diferentes. Había ratas azules y rojas, aunque tambíen blancas y verdes, así como púrpuras y negras. Eran unas supervivientes, pero no como los ratones, eran capaces de ver la realidad más allá de la poesía y ver la dureza que se esconde tras los suaves versos. Tambien sabian crear mecanismos de defensa y organización para luchar por sus intereses, unos intereses realmente complicados en muchos casos, a veces tan complicados que muchas de ellas no las entendían o recordaban o simplemente eran tan rocambolescos que no tenía nada que ver con el interes original.

Como se puede imaginar, gente tan dispar en un mismo mundo termina por ser imposible el coexistir.

Allí vivió necesitado de todo hasta que no necesito nada y olvidó poco a poco como y para qué había nacido.

jueves, 2 de junio de 2011

En algún lugar del tiempo, más allá del tiempo, el mundo era gris. Gracias a los indios Ishir, que robaron los colores a los dioses, ahora el mundo resplandece; y los colores del mundo arden en los ojos que los miran.

Tigo Escobar acompañó a un equipo de la Televisión Española que vino al Chaco para filmar escenas de la vida cotidiana de los Ishir. Una niña indígena perseguía al director del equipo, silenciosa sombra pegada a su cuerpo, y lo miraba fijo en la cara, de muy cerca, como queriendo meterse en sus raros ojos azules.

El director recurrió a los buenos oficios de Ticio que conocía a la niña, y la muy curiosa le contestó:

- Yo quiero saber de qué color mira usted las cosas.

- Del mismo color que tú.

- Y cómo sabe usted de qué color veo yo las cosas?”

Eduardo Galeano

lunes, 23 de mayo de 2011


“Cambiar el mundo, amigo Sancho, que no es locura ni utopía. Sino justicia.” Miguel de Cervantes.

jueves, 19 de mayo de 2011

La vereda

¿Y si suspira el tiempo, removiendo mantas en días calurosos, convirtiendo miradas en puentes de dulzura, que mas da? Y si sólo quedan dos días para que todo acabe, y se separen los caminos vividos, y nos perdamos en el frío de ahí fuera, y se mueran las estrellas que plantamos juntos, y se coma la distancia glotona los sentimientos construidos, y se llamen a voces entre la niebla de sensaciones, y se pierdan las manos sin saber donde agarrarse, que mas da.

Me quedo con el quizás, la estrambótica probabilidad de lo que ha sido y nunca será o puede que sí y que nadie sabe. Ese quizás destructor, dañino, romántico y hermoso. Y termino cayéndome entre algodones de placer doloroso y música melancólica, lamiéndome las heridas autoinflingidas en un arranque de rabioso masoquismo novelesco con la promesa de viajes al corazón del mundo.

sábado, 14 de mayo de 2011

Dunas y estrellas


“Están ahí, ¿no los ves? En mitad de la nada”

Mohamed me señala el aire que representa la nada, un aire húmedo, sobrecargado del clima serrano.

Intento hacerme una idea de lo que me dice, imaginar a mi familia, en otro continente, a horas de viaje tortuoso e incierto para poder disfrutar de ellos por unos instantes, una vez al año o incluso menos.

Su familia vivía en la verdadera nada, una nada diplomática, una nada física, una nada espiritual, una nada judicial. Sin derecho al agua, ni a la tierra, ni a la libertad de decidir qué hacer. Atrapados en un desierto ajeno, en un país extraño que les dio una extraña acogida. A las afueras de todo, en las fronteras de nadie.

Y así, como un riachuelo travieso, la sangre corre en el corazón del Sáhara. La cara menos amable de la colonización marroquí hace su acto de presencia, cómplice del silencio español, francés y burlón del comité de descolonización de la ONU. Las tierras, el trabajo y el dinero son para los colonos marroquíes y una colonización decimonónica, brutal, genocida y explotadora se instala entre los oasis de aquella tierra misteriosa.

En las palabras de Mohamed, evoca las cenas familiares en el campo de refugiados de Tindouf, y como sentado a la mesa estaba rodeado de saharuis muy preparados, en universidades españoles y cubanas. Se intuye, arrebatado entre sus palabras furtivas, una sed de revolución, de justa lucha, violenta y definitiva.

Comienzan ya los saharauis del Sáhara Occidental a dejar las ciudades, a abandonar la vida que los atrapa, volviendo a las costumbres de sus antepasados, entre las dunas y las estrellas. Reyes del desierto.

jueves, 12 de mayo de 2011

La continua violación de los perdedores (o la verdad de las infinitas comillas)



En una mal llamada “mansión” a 60 km de la capital pakistaní supuestamente “ha muerto” abatido a tiros el nuevo “Gerónimo”.

Gerónimo fue el último jefe apache que luchó en la “conquista” del Oeste contra los hoy llamados “americanos”. Y fue este jefe que se opuso a vivir en una “reserva” y traspasó la “frontera” de México con Estados Unidos tantas veces, y que terminó siendo una atracción de feria para sus captores.

Y es ahora cuando “Gerónimo” vuelve a “morir”, cansado el gobierno americano de que sea una atracción de feria, pues ha perdido popularidad y un nuevo “Gerónimo” tiene que ocupar su lugar.

Por tu memoria Gerónimo, por tus deseos de vivir libre y porque tu nombre sea solo tuyo y no siga siendo violado.

martes, 3 de mayo de 2011

Esclavos de la libertad


Es 13 de mayo de 1888 o eso reza en los periódicos. Para Gali “el bobo” no significa nada, nació de esclavos y como esclavo ha vivido en un ingenio toda su vida. Del bohío a las plantaciones, a dejarse las manos a machetazos cortando caña de azúcar y al anochecer, de nuevo al bohío. Le llaman “el bobo” porque nunca habla, ni opina, solo mira.

Ahora Gali observa como todos los negritos de Itaíba en el nordeste brasileño bailan y cantan felices. Los jóvenes susurran que Gali como siempre, esta bobo y que no se entera de nada, que aún no sabe que es libre y que la esclavitud ha sido abolida en Brasil, siendo junto con España los dos últimos países en hacerlo. Pero Gali lo sabe y piensa, piensa lo que ningún otro negrito ha pensado aún. ¿Qué va a hacer ahora sin trabajar en el ingenio? Gali no sabe hacer otra cosa que cortar y cargar azúcar con el machete, y es entonces cuando Gali corre, corre tierra adentro, corriendo como un viejo cimarrón.

Al poco, los miedos de Gali se hacen realidad. Los negritos pasan a ocupar las filas de los pobres, se amontonan en las ciudades, sin oficio, sin trabajo, los negritos pasan hambre. Igual que antes, no se llaman personas, son los sin tierra, los brazos, las espaldas. Trabajan en las mismas condiciones que en los ingenios y las plantaciones pero no reciben apenas dinero, ni para comer ni para un techo, amontonados en pudrideros de miseria. Pero los presidentes brasileños se dan las manos, felices, ahora han pasado a la modernidad y su pueblo es libre.

De Gali se dice que de bobo se lo comió un yacaré en la selva, otros sin embargo dicen, que Gali no era bobo y que de tanto observar, se fundió con la tierra y así como dejándose llevar, volvió a África, a nacer de nuevo.

Los sueños de Santa Clara


Se desluce el cielo caribeño con el humo de Santa Clara. El regimiento se ha ido retirando hacia sus puntos más fuertes, la central de policía y el cuartel. Se corre la voz, galopando por las lenguas alegres. La victoria rebelde es un hecho.

El tren blindado descarrilado, las columnas de refugiados, los cuerpos amontonados y las canciones victoriosas bombardean las calles. ¿Cuánto tiempo? ¿Dos años quizás? Mucho tiempo comiendo sueños y meando sangre en las montañas. Para Miguelito “Cabrón” había sido un tiempo divertido, no había tenido que trabajar por una miseria mirando la cara sonriente del sacarócrata de turno. Ahora los había matado a todos, matado con cada sacudida del rifle al disparar, saboreando el dolor punzante del retroceso en su hombro.

Todos observan a los soldados desde la Universidad Central de las Villas, chupando sus cigarros, quemando la vida que se les regala tras cada combate. Nadie habla, el silencio fecunda el aire preñándolo de miradas.

Él por allí anda, solo por la calle hacia el enemigo, con su pipa centelleando entre sus dientes dejando estela dulzona y bonita. Y es cuando Miguelito “Cabrón” y sus compadres se preguntan, de qué mundo de sueños ha salido ese argentino loco.

(Rescatada del blog "Corriendo la Vida")

Por Carlos Chaplin

sábado, 30 de abril de 2011

Bolivia, años 80, la década pérdida

En una de las zonas más pobres de La Paz, Bolivia, conocida como San José Carpinteros, una madre decide si sus hijos pueden comer hoy o no. Juanita a sus hijos no les da de desayunar, es un lujo prescindible, solo el almuerzo y a veces, un poquito de cenar. Su mirada brava, de mujer dolida con la vida, se ilumina cuando habla con sus vecinos “Para comer, me las tengo que arreglar como puedo, porque los niños no pueden pasar sin comer” su falta de sueño y de alimentos se arremolinan entre sus dientes, como un eco de su deshabitado estomago, “los adultos si nos la podemos arreglar sin comida cuando no hay”. Y así, sus hijos se aferran a sus faldas, mirando sin mirar, a un mundo que desde antes de nacer, ya los aborrecía.

Por otro lado, Estados Unidos regaña a Bolivia como un hijo descarriado. Los campos de coca florecen por todo el país como un niño picado de sarampión. Para el campesinado pobre, que lo máximo que podría ahorrar en un año sin gastar nada son 160 míseros dólares, la promesa de 10.000 dólares anuales por cosechar y vender coca (50.000 si también la comercializa) es demasiado tentadora. Y los gringos, idiotas, ofrecen 360 dólares a los campesinos que dejen de cultivar coca. Por supuesto, nadie lo hace.

El Tío Sam estalla, enfadado manda sus militares a erradicar esa plaga, y se queman los campos de coca, pero estos se esquivan, y donde antes había uno, ahora dos y luego, escondidos, surgen cinco más. Pero a la vez se arrasan cultivos de comestibles y la miseria del boliviano no tiene fin. Pero, lo que no saben los gringos es, que la economía clandestina ocupa ya un tercio de la economía total del país y los narcogenerales sonríen en la foto, cómplices, sabiendo que ellos mismos se enriquecen con el negocio de la “nieve andina”.

La crisis de la deuda fue creada por los dictadores bolivianos a los que Estados Unidos daba empréstitos, y confabulados saqueaban las riquezas del país. Por otro lado los recortes impuestos por el Fondo Monetario Internacional ahoga aún más a los bolivianos. Y así nace la coca… consumida por Estados Unidos que crece casi un 100% en su demanda cada año.

Y mientras Juanita en San José Carpinteros no compra azúcar porque si lo hace, no tiene para arroz que es su comida de todos los días. Y cocinando el preciado alimento susurra “voy a dar mis hijos a alguien”, pero luego piensa en que sin ellos su vida no tiene sentido y entonces llora, mientras el hijo menor le acompaña, berreando de puro dolor de hambre.

jueves, 28 de abril de 2011

Anoche soñé contigo y durante el día se repitió tu mirada, en las esquinas encaladas de reproches y en las ventanas que soñadoras miran al cielo. Son tus maldiciones las que uso para frotarme el cuerpo y empapado, escalo por el recuerdo de tu reguero de desgracia. Y es sobre ti, caprichosa, donde volaré hacia mi lejano interior.

A ti siempre te odiaré eterna compañera, ya que de nuestro odio nace la belleza.

A ti invento de locos, a ti vida.

A ti, vida.

Cuentan los desgraciados que la gracia nunca los quiso, dicen los agraciados que ellos nunca la llamaron. Yo siempre he bailado con ella entre vaivenes ásperos de pasos sencillos, oscilando entre la ventura y la desventura. Ahora y siempre, supongo que tanto una como otra son regalos de la gracia, unos se disfrutan y otros dañan hasta sangrar y aprender. Todo, siempre, depende del punto de vista.

martes, 26 de abril de 2011

Viviendo otras vidas

Sus ojos rasgados a cuchillo por un dios primitivo renacen desde otras vidas ya olvidadas, o aún no inventadas. Se cae el velo hecho con polvo de estrella que separa en compartimentos estancos el espacio y el tiempo. Y la reconozco, de antes de nacer, y de morir y de nacer de nuevo… hace ya tanto o a lo mejor dentro de mucho, no lo sé.

Se raja mi mejilla en una sonrisa incontrolable. Nos reconocemos y susurrando decimos a la vez “eres tú”, con miedo a despertar al guardián que se ha olvidado de separar nuestros destinos.

Es en ese beso donde se culmina el “casi”, ese “casi” que convierte en orgasmo una violada negación. Se mezclan los placeres, compartidos en ese diminuto lugar que de pronto había reunido otros mundos, otras vidas, desafiando a ese destino caprichoso. Nos descuartizamos el alma mutuamente, y como dulce melaza nos lamemos las heridas con la punta húmeda de nuestras lenguas.

El sol despierta tiroteando la persiana y las vidas del ahora vuelven violentas. Ella se va en un desfile de diablos con el corazón abierto, herida por sus yo de otras vidas.

Yo por mi parte, abandonado y aturdido, me fundo entre sabanas chivatas de noches prohibidas.